Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social En estos últimos días se ha hablado mucho acerca del matrimonio y la familia. En el Senado de la Nación se aprobó una ley que modifica la institución matrimonial. Lamentablemente no hubo suficiente debate, ya que las audiencias públicas se realizaron solamente en nueve provincias. En las demás, los ciudadanos no pudieron expresarse institucionalmente ante sus representantes. Es de lamentar y reprochar que nueve Senadores no hayan estado a la hora de la votación. Un resultado tan ajustado junto con esas numerosas y significativas ausencias dan para pensar. Es tiempo de apuntar a la familia, no para dispararle, sino para fortalecerla y afianzarla. Sabemos que la familia es la célula básica de la sociedad. En ella se aprende lo más hermoso de la experiencia humana: amar y ser amado. Ella es escuela de los valores más profundos: aprender a rezar, decir la verdad, ayudar a cuidar al más débil, participar cada uno según sus posibilidades en el bienestar común. Varias encuestas de opinión pública muestran que los jóvenes valoran la familia y encuentran en su casa el primer lugar para contar algún problema. También entre los anhelos de los jóvenes aparece en un primer término el poder formar una familia. Por eso decimos que los argentinos somos muy familieros. Sin embargo, cuando miramos algunos programas de TV o escuchamos radio, parece lo contrario. “Apuntan contra la familia.” Se burlan de la fidelidad, se promueve la transa, se festeja el engaño. Se “muestra” que las relaciones afectivas son superficiales, pasajeras; sin compromiso mutuo y sin apertura a la vida teniendo hijos. Al “amor” se lo entiende como autosatisfacción y no como donación o entrega de sí. La búsqueda de placer sin importar los demás no ayuda a que germinen y se fortalezcan los lazos familiares. Pero eso sí, cuando hay niños o adolescentes implicados en algún delito o hecho de violencia, enseguida se escuchan voces y se ven dedos acusadores preguntando: “¿Y dónde están los padres de esos chicos? ¿Dónde está la familia?”. Familia muchas veces llevada adelante afectivamente por hermanos mayores, abuelos, tíos u otros familiares dado que no hay papás o mamás presentes —quizás— haciendo visible un tipo de ausencia que podríamos llamar “estructural”. Algunas situaciones persistentes de pobreza provocan la disolución de la familia. A veces el papá o la mamá se tienen que ir lejos a trabajar, o la falta de una vivienda digna no ayuda al crecimiento y desarrollo de todos sus miembros. Las discusiones y peleas —fogoneadas en muchos casos por el alcoholismo u otras adicciones— van desgastando la convivencia familiar. Estas incoherencias me hacen acordar a la queja expresada por el Tango “Cambalache”: “¡qué falta de respeto, qué atropello a la razón!”. Por un lado reclamamos la presencia y fortaleza de la familia, y por otro es bastardeada y burlada. Difícilmente podamos crecer en la amistad social si no se empieza por casa, el hogar, la familia. WWW.AICA.ORG | |
LA FAMILIA ES UN TESORO
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