Ante una multitud -estimada en 500.000 personas- que acudió a la explanada del Santuario de la Virgen de Fátima, en el día de esa fiesta mariana y en coincidencia con el décimo aniversario de la beatificación de los pastores Jacinta y Francisco, el Papa Benedicto XVI presidió una misa en la que advirtió que "se equivoca quien cree que la misión profética de Fátima terminó".
El Pontífice aseguró que desde este santuario la Madre de Jesús sigue anunciándole al mundo que Dios es la única esperanza verdadera, porque tiene el poder de incendiar los corazones más fríos y tristes.
Desde el altar a cuyos pies se leía una frase de la beata Jacinta "Comparte con alegría", el Santo Padre dijo: "vengo a Fátima porque hoy converge aquí la Iglesia peregrina, querida por su Hijo como instrumento de evangelización y sacramento de salvación. Vengo a Fátima para rezar, con María y tantos peregrinos, por nuestra humanidad abrumada por miserias y sufrimientos".
"En fin, con los mismos sentimientos de los beatos Francisco y Jacinta y la Sierva de Dios Lucía, vengo a Fátima para confiar a Nuestra Señora la confesión de que ‘amo’, de que la Iglesia y los sacerdotes ‘aman’ a Jesús, y en el Él desean mantener fijos los ojos al terminar este Año Sacerdotal, y para confiar a la protección maternal de María a los sacerdotes, los consagrados y consagradas, los misioneros y todos los obreros de bien que hacen acogedora y benéfica la Casa de Dios".
En presencia de los obispos de Portugal, y del Presidente de la República, el Papa indicó que "el Señor, nuestra gran esperanza, está con nosotros, en su amor misericordioso, ofrece un futuro a su pueblo: un futuro de comunión consigo".
Prueba del amor y la fe de la Virgen María, prosiguió el Papa, "es este lugar bendito. En siete años volveréis aquí para celebrar el centenario de la primera visita hecha por la Señora ‘venida del Cielo’, como Maestra que introduce a los pequeños videntes en el acontecimiento íntimo del Amor Trinitario y los lleva a saborear al propio Dios como lo más bello de la existencia humana. Una experiencia de gracia que los hizo enamorados de Dios en Jesús, al punto que Jacinta llega a exclamar: ‘Me gusta tanto decir que a Jesús lo amo. Cuando lo digo muchas veces, parece que tengo una luz en el pecho, pero no me quemo’. Y Francisco decía: ‘Lo que más me gustó fue ver a Nuestro Señor, en aquella luz que Nuestro Señor nos puso en el pecho. ¡Me gusta tanto Dios!’" "Hermanos, al abrir estas inocentes y profundas confesiones místicas de los Pastorcitos, podría alguien mirarlos con un poco de envidia por haber visto o con la desilusionada resignación de quien no tuvo la misma suerte pero insiste en ver. A tales personas, el Papa dice como Jesús: ‘¿No estaréis engañadas, ignorando las Escrituras y el poder de Dios?’. Las Escrituras nos invitan a creer: ‘Felices los que creen sin haber visto’, pero Dios –más íntimo a mí mismo de cuanto soy yo– tiene el poder de llegar hasta nosotros principalmente a través de los sentidos interiores, de modo que el alma recibe el toque suave de algo real que está más allá de lo sensible, haciéndolo capaz de alcanzar lo no sensible, lo no visible a los sentidos".
Para eso, precisó el Santo Padre, "se exige una vigilancia interior de corazón que, en la mayor parte del tiempo, no poseemos a causa de la fuerte presión de las realidades externas y de las imágenes y preocupaciones que llenan el alma. ¡Sí! Dios puede alcanzarnos, ofreciéndose a nuestra visión interior".
"Aquella Luz en lo íntimo de los Pastorcitos, que proviene del futuro de Dios, es la misma que se manifestó en la plenitud de los tiempos y ha venido para todos: el Hijo de Dios hecho hombre. Él tiene poder para incendiar los corazones más fríos y tristes, lo vemos en los discípulos de Emaús. Por ello nuestra esperanza tiene un fundamento real, se apoya en un acontecimiento que se coloca en la historia y al mismo tiempo la excede: es Jesús de Nazaret".
Benedicto XVI dijo también que "la fe en Dios abre al hombre al horizonte de una esperanza cierta que no desilusiona, indica un sólido fundamento sobre el cual apoyar, sin miedo, la propia vida, pide el abandono, lleno de confianza, en las manos del Amor que sustenta al mundo".
Tras recordar el testimonio de solidaridad de la beata Jacinta, el Papa resaltó que "se equivoca quien cree que la misión profética de Fátima ha terminado. Aquí revive aquel designio de Dios que interpela a la humanidad desde sus albores: ‘¿Dónde está Abel, tu hermano? La voz de la sangre de tu hermano clama desde la tierra hasta Mí’. El hombre puede desencadenar un ciclo de muerte y de terror, pero no consigue interrumpirlo… En la Sagrada Escritura, es frecuente ver aparecer a Dios en procura de los justos para salvar a la ciudad humana y lo mismo hace aquí, en Fátima, cuando Nuestra Señora pregunta: ‘¿Queréis ofreceros a Dios para soportar los sufrimientos que Él quisiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él mismo es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?’" "Ante la familia humana pronta a sacrificar sus lazos más sagrados en el altar de los mezquinos egoísmos de nación, raza, ideología, grupo, individuo, vino del Cielo nuestra Madre ofreciéndose para transplantar el corazón de cuantos se entregan al amor de Dios que arde en sí. En aquel tiempo eran solo tres, cuyo ejemplo de vida se irradió y multiplicó en grupos innumerables por toda la superficie de la tierra, que se volcaron a la causa de la solidaridad fraterna".
"Que puedan estos siete años que nos separan del centenario de las apariciones apreciar el anunciado triunfo del Corazón Inmaculado de María para gloria de la Santísima Trinidad. Amén", concluyó.Bendición de enfermos Al finalizar la misa, el Papa alentó a los enfermos presentes en el santuario y del mundo a “sufrir con Jesús, quien da sentido pleno al dolor, y ser así ‘redentores en el Redentor’ colaborando en la salvación de los hermanos”.
En sus palabras previas a la bendición con el Santísimo Sacramento, el Pontífice recordó a los que sufren alguna aflicción corporal, al señalar que Dios se hizo hombre en Cristo para sufrir. “Queridos enfermos, reciban este llamado de Jesús que va a pasar junto a ustedes en el Santísimo Sacramento y confíenle todas las contrariedades y tristezas que enfrentan para que se vuelvan -según sus designios- medio de redención para el mundo entero”, subrayó. Tras la bendición de los enfermos con el Santísimo y un intenso momento de adoración eucarística, Benedicto XVI saludó a los presentes en francés, inglés, alemán, italiano, español, polaco y portugués.
Las palabras del Papa fueron respondidas con vivas y cantos de los fieles latinos y españoles, de manera especial con el tradicional grito de “Benedicto” seguido de palmas, en lo que fue la reacción más explosiva y alegre de la jornada.+
No hay comentarios:
Publicar un comentario