COMENTARIO ICONO DE LA TRINIDAD

EL ICONO DE LA TRINIDAD

Iniciemos nuestro itinerario contemplativo con una pregunta: ¿que es un icono? Icono es una palabra griega que significa imagen, y que se aplica a cierto tipo de cuadros propios de la Iglesia cristiana oriental. El icono nos llama a atravesar lo visible para dejarnos alcanzar por lo invisible.
Por este motivo, un icono no se mira como un cuadro. Se lo venera. Es un llamado que nos invita a la contemplación del misterio de Dios. El pintor de iconos reza antes de pintar. Consagrado para esta obra, pide a Dios que dirija sus manos. El icono, concebido y elaborado en la oración, es para la oración. Es don de Dios que se acoge en la acción de gracias.
El icono de la Trinidad fue pintado por Roublev entre 1422 y 1427 para el iconostasio de la Iglesia de un monasterio situado a ochenta Km. al noroeste de Moscú.
Roublev se inspiro en la lo que podemos llamar la revelación veterotestamentaria de la Trinidad, es decir, en el pasaje del Gen 18,1-10, conocido como “la hospitalidad de Abraham”.
En la obra de Roublev hay una notable simplificación. La casa, el árbol y la colina se redujeron a la función de símbolos. Abraham y Sara no aparecen. Sobre la mesa no hay más que una copa, de la que no se habla en el texto bíblico. Los tres ángeles ocupan la casi totalidad del icono, y la perspectiva invertida los aproxima al espectador.
A través de estos elementos Roublev ha desplazado el tema: “la hospitalidad de Abraham” se ha transformado en una contemplación silenciosa “del Dios trinitario” que se ha aproximado al hombre. No es la hospitalidad del patriarca lo que contemplamos, sino el inefable misterio de la Tinidad.

Comencemos ahora a admirar la belleza de los tres que ocupan la casi totalidad del espacio visual, apreciemos la fineza y la dulzura de los rostros, su semejanza perfecta, la paz serena que emana del conjunto, la comunión impresionante entre ellos, su “movimiento inmóvil”, la armonía y la riqueza suntuosa de los colores, la luminosidad que parece surgir de esos ángeles con alas doradas, el juego de líneas rectas y líneas curvas, la ligereza casi inmaterial del conjunto.
Ante todo disfrutemos la belleza de los tres personajes, a la vez muy semejantes y muy diferentes. Dirijamos nuestra mirada hacia sus rostros, tan bellos, graves, y muy graciosos a la vez. Se asemejan entre si, nariz fina y larga, boca estrecha, mentón muy pequeño, cejas ligeramente arqueadas. Roublev ha querido representar tres ángeles a la vez muy semejantes y muy diferentes. Pensando en las Personas Divinas, ha querido subrayar su igualdad, su común divinidad, y a la vez su unicidad en cada Persona. Cada uno se parece al otro, y sin embargo cada uno posee su especificidad.
Volvamos una y otra vez sobre los rostros: poseen sin duda una cierta gravedad, pero también y aun mas, una asombrosa dulzura, una paz inmensa. Son seres de paz y de ternura.
Roublev nos permite vislumbrar un Dios infinitamente compasivo, lleno de amor por una humanidad abrumada de sufrimientos, un Dios próximo a los hombres, colmado de piedad y de ternura, un Dios de una paz y dulzura infinitas. Es el Dios de Ternura y de piedad, del que habla la Biblia.
Las tres personas configuran un círculo. Pero más propio es hablar de un movimiento circular entre ellos, sugerido por sus miradas, por el juego de sus manos, por la inclinación de sus cabezas. Todo expresa clamadamente una comunión extraordinaria entre los tres. Se podría decir que mantienen una conversación silenciosa, hecha de miradas y gestos. Una vez que hemos entrado en este misterioso circulo divino, nos importa buscar con la mirada sobre que reposa este movimiento circular, cual es el centro, no es el centro geométrico sino el centro real, fundamental.
Ese centro de los tres personajes es la copa, que atrae claramente nuestra mirada. Las tres personas la rodean, y además, la copa esta ubicada en el corazón de una copa mas grande que dibujan los ángeles laterales. Esta centralidad indica que el tema de la conversación divina no puede se otro que la copa. La tradición es unánime en afirmar que esta copa es la copa eucarística. Colocada sobre un altar, pintada sobre un iconostasio detrás del cual se desarrolla la divina liturgia, cercana a las puertas que dan acceso al sacrificio eucarístico, esta copa no puede tener otro sentido.
En su eternidad inaccesible, el Dios Trinitario conversa alrededor de una Copa en la que converge la bondad sobreabundante de su Corazón.

Pero para aproximarnos más al coloquio divino, es necesario identificar a los ángeles: quien entre ellos es el Padre, quien es el Hijo y quien es el Espíritu Santo.
Sobre esta cuestión existen diversas opiniones. Optamos aquí por una interpretación que tiene coherencia y solidez: el ángel central simboliza al Padre; el ángel a su derecha (por lo tanto a nuestra izquierda) es el Espíritu; el ángel a su izquierda ( a nuestra derecha) es el Hijo.
Para fundamentar esta lectura, conviene comenzar mirando la parte superior del icono, donde se percibe tres elementos reducidos a una simple función simbólica: la casa, el árbol y la montaña.
A nuestra derecha se ve la montaña, o mas bien una gran roca, que tiene forma de ola, en movimiento hacia nuestra izquierda. Representa a la gran roca mencionada en el libro de Daniel (Dn 2, 31-45) a partir de un sueño del rey Nabucodonosor, el profeta Daniel habla de una roca que se desprende y golpea a una enorme estatua, símbolo de los cuatro imperios del mal, transformándose en una gran montaña que llena el universo. Esa roca designa al ser divino que viene a restaurar un nuevo reino, reemplazando a los otros, que destruirá. Se trata del Mesías, de Cristo, el Hijo de Dios. Como dice San Pablo, aunque en un contexto diferente: “esa roca era Cristo”. Si la roca es símbolo de Cristo, el ángel que esta debajo de ella puede ser designado como el Hijo.

La casa que se eleva en la parte superior izquierda designa a la Iglesia, de la que San Pablo afirma que es “templo del Espíritu Santo”. También dice que el templo verdadero es el cristiano en quien habita el espíritu de Dios.

El árbol es el árbol de la vida, el árbol de la creación. Y siempre es el Padre al que se le considera como el Creador. El ángel central es sin duda el Padre. Es el quien atrae en primer lugar la atención. Y la teología, admitiendo la igualdad entre las Personas, le otorga al Padre una cierta precedencia; siempre es nombrado primero; es considerado como Fuente de la vida; el Credo le atribuye la creación, y agrega que el Hijo es engendrado por el y que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Su centralidad en el icono expresa manifiestamente esta preeminencia que solo puede designar al Padre. Su actitud tiene algo de monumental, irradia una paz sublime y una inmovilidad paradojalmente dinámica. Las líneas del costado derecho se amplifican a medida que se acercan al ángel de la izquierda. En el lenguaje simbólico de las líneas, las curvas convexas designan siempre la expresión, la palabra, la revelación, y al contrario, las curvas cóncavas significan la obediencia, la atención, al abnegación, la receptividad.

La copa, el corazón del icono, simboliza la copa eucarística. Pero ¿Cuál es el contenido? Sin duda, la sangre de Cristo. Roublev ha pintado allí una figura, que es difícil de descifrar, debido al estado de conservación del icono. Como para la identificación de las personas divinas, también aquí optamos por una interpretación entre otras posibles.
Parecería que el ángel de la derecha se mira en el vino o la sangre de la copa, y en la superficie, aparecen los rasgos de su Rostro, de la Santa Faz. Inclinado sobre la copa, el Hijo contempla su rostro en cuanto Verbo Encarnado sufriente. Contempla y recibe ya, desde toda la eternidad, la Cruz donde entregara su vida en el misterio doloroso de su pasión.
El Padre esta vuelto hacia el Hijo, su Hijo tan querido, en quien se complace. A la vez, su cabeza vuelta hacia el Espíritu significa que el Padre confía a este una misión, la de guiar al Hijo a lo largo de su vida terrena y la de asistirlo muy particularmente en la misión que lo llevara a la cruz. La mirada serena y firme del Espíritu, dirigida al ángel de la derecha, le esta diciendo al Hijo que lo sostendrá a lo largo de su itinerario de anonadamiento, de Kenosis. Observemos cuanta bondad y fortaleza emanan de su rostro.
Completando el silencioso coloquio, la mano derecha del Padre y la del Espíritu se dirigen hacia el Hijo y hacia la copa, realizando un gesto de bendición que, por la postura de los dedos, simboliza el nombre del Señor. Los dos designan a Cristo y son garantes de su misión, dan testimonio de El.
Se puede decir entonces que el Padre habla del Hijo al Espíritu, y que ambos dan testimonio de que es el Enviado, incluso y sobre todo en la pasión, anunciada en la copa. La Trinidad se dice a si misma hablando de la Encarnación del Hijo y de su obra de Redención.
En definitiva Roublev nos muestra a las tres Personas Divinas ocupadas no en si mismas sino en el hombre, nos muestra a un Dios servidor del hombre, un Dios infinitamente compasivo y misericordioso. Un Dios que quiere en el Hijo compartir el sufrimiento del hombre. La copa sobre la mesa esta en el corazón de los tres Ángeles. Y esa mesa, que es un altar, aparece abierta del lado del espectador, como si la copa nos fuese ofrecida; es necesario tomar la copa eucarística para entrar en el misterio de Dios.
Si no beben la sangre del Hijo del hombre no tendrán vida en ustedes ( Jn 6, 53)
hace click en las fotos del costado y tendras los detalles del icono de la Trinidad.
Tomado de material del Instituto de Espiritualidad y acción pastoral jubileo año 2000. UCA.

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